Por Sergio Fernández (@Serxiuxo en Twitter).
“Gracias, muchachos politécnicos”.
Desde aquella tarde roja del 2 de Octubre de 1968, cuando 15 mil
balas, anunciadas por las bengalas rojas que cayeron del helicóptero de la
Secretaría de Defensa, cortaron el espeso aire antes de que el sol pudiera
esconderse; desde los palomares de la iglesia de Santiago y los balcones de los
edificios aledaños, mientras la cobarde brigada blanca protegía a 5 mil
militares que no dejaron un solo estudiante de pie en los adoquines de
Tlatelolco, tras 300 muertos, 700 heridos y 5 mil detenidos, muchos de ellos
desaparecidos, no salían a las calles de la ciudad tantos alumnos politécnicos
a protestar por una causa en común, como en septiembre del año pasado.
En abril de 2013, un grupo de jóvenes tomaron la rectoría de la UAM-I,
siendo rector de la universidad don Enrique Fernández Fassnacht, actual
director del Instituto Politécnico Nacional. Esa misma tarde, las
instalaciones le fueron entregadas, y recibidas también por Javier Velázquez
Moctezuma, entonces rector del plantel Iztapalapa, con muchos ánimos de diálogo
y pocas ganas de confrontación, tras los sucesos ocurridos en la máxima casa de
estudios, cuando la decisión del Tribunal Universitario de la UNAM de expulsar
definitivamente a cinco estudiantes del Colegio de Ciencias y Humanidades
Naucalpan, que también había sido tomado anteriormente, movilizó a su comunidad
a tomar la rectoría general. Se trató de los casos de los jóvenes José Luis
Ramírez Alcántara, Irene Pérez Villegas, Brenda Vaca Aparicio, Luis Hugo
Arratia Zárate y Jorge Mario González García, lo que provocó a su vez la
febrícula de la comunidad uamera de solidarizarse con sus colegas
universitarios. No pasó nada más.
La última fecundación
irreversible de un movimiento estudiantil, que durante el último par de años tuvo
algunos ápices democráticos que no fueron muriendo al despertar los albas y más
o menos perduraron, fue la novedosa e inesperada incorporación de la comunidad
estudiantil de las universidades privadas a los ya de por sí complejos grupos
políticos, durante el año electoral de 2012, que marcaron una tendencia, a fin de
cuentas mucho más ideológica que sustancial en las urnas per se a una
imposición de los grandes consorcios que los acarreados acreditaron con sus
huellas dactilares el día de la elección. Aquella ocasión, los que nos sentamos
detrás de un escritorio a leer las notas sobre lo sucedido en la Universidad
Iberoamericana, tras la visita del entonces candidato Enrique Peña Nieto,
catalizó nuestros pretextos para llevarnos casi inmediatamente, a algunos y no
tan pocos, a las calles para mentarle la madre a toda la clase política
presidenciable, e instalar un barricada de panfletos alrededor de la cadena
televisiva que, hasta hace poco, había mantenido firme un pacto sin rúbricas
públicas pero de un jugoso pasado donde se beneficiaron por muchos años, desde
los herederos de Atlacomulco y Coahuila, la primera dama por supuesto, y las
empresas que rentaron y arrendaron la obra pública más cara de la historia,
entre muchos otros tantos.
El #YoSoy132, pues, del que muchas organizaciones políticas colgarían
sus ganchos, fue un perchero que oscureció
con sus brazos muchas de las amenazas de políticas públicas y
compromisos de los que pretendían la presidencia. Sin embargo, muchos otros
análisis concluyeron que, en su zenit, los movimientos estudiantiles que
surgieron entonces enriquecerían algunos motivos de la tibia izquierda
institucional, ni tan zurda que digamos, y que terminó navegando en un mar de
vacilaciones del centro político, y en un particular extremo, hacia algunos sectores
conservadores que los panistas supieron aprovechar.
¿Y los estudiantes del Politécnico, qué? He tenido la fortuna de
pertenecer a las tres grandes instituciones del país, la UAM, la UNAM y el IPN,
como alumno, egresado y actualmente empleado. En toda mi estancia, jamás viví
un acontecimiento tan grande en el Instituto Politécnico Nacional como el del
26 de septiembre de 2014. Cerca de 100 mil alumnos marcharon a la dirección
general, desde distintos puntos y de casi todos los centros de nivel medio y
superior de la ciudad del Instituto, para exigir la derogación a las modificaciones
al plan de estudios, que entre los resquicios de unas noches atrás, el consejo
general consultivo, bajo la dirección de la señora Yoloxóchitl Bustamante,
había aprobado; un acto sin precedentes. Y entonces, tres días después, tras el
paro de actividades de casi todos las escuelas en Zacatenco, cuando la Escuela
Superior de Ingeniería y Arquitectura ya llevaba unas semanas cerrada, en Santo
Tomás, y el resto de las unidades como de los CECyT´s, marcharon casi la misma
cantidad de alumnos a Segob, donde el secretario Miguel Osorio Chong ya los
esperaba con un templete entre Bucareli y Reforma. Una parte de la comitiva
subió y entregó al titular de la secretaría de gobierno un pliego petitorio
encabezado con la renuncia de la entonces directora, que un par de días después
fuera contestado, movilizándose nuevamente muchos miles de alumnos al mismo
sitio para recibir la respuesta. Los estudiantes dieron un no, público y
contundente, a la resolución del pliego, la Asamblea General Politécnica
anunciaba un paro general indefinido en todos y cada uno sus centros educativos
y las asambleas locales de cada escuela empataban, de manera general, sus
pliegos petitorios: El despido y
auditoría a la señora Yoloxóchitl Bustamante, directora general, derogación
del plan de estudios, salida de la PBI de las instalaciones y respuesta
inmediata a los problemas del politécnico por parte del gobierno federal.
Unos días antes, la noche del 26
de septiembre, 43 estudiantes de la Normal Rural “Raúl Isidro Burgos”, en Ayotzinapa, fueron secuestrados por
presuntos militares mientras preparaban su llegada a la capital del país, con
motivo de la conmemoración de la matanza de Tlatelolco, el día 2 de octubre. Ayotzinapa,
las movilizaciones estudiantiles y el gobierno de Guerrero tienen un pasado
oscuro; alguna vez, cuando Raúl Caballero Aburto gobernaba en 1960, se cocinó una
matanza de 19 estudiantes en la alameda Francisco Granados Maldonado, a manos
de militares, cuando el Comité de Huelga de la Federación de Estudiantes del
Colegio del Estado exigía derechos, recursos y reformas a la Ley Orgánica de la
recién creada Universidad Autónoma de Guerrero. Posteriormente, el 12 diciembre
de 2011, elementos de la policía federal asesinaron a dos alumnos de la misma Normal
Rural de Ayotzinapa, mientras mantenían un bloqueo en la Autopista
México-Acapulco; la cosa se maquilló con la renuncia del procurador de justicia
del estado, Alberto López Rosas, “para no obstruir el propósito de la justicia”,
y el infortunio de las lamentaciones irascibles del entonces gobernador, Angel
Aguirre Rivero, hoy prófugo de la justicia.
Al movimiento estudiantil del Politécnico del 2014 se le sumaría entonces
un reclamo nacional de justicia por las desapariciones, aún sin resolver, de
los 43 normalistas. Diversos sectores de todo el territorio no sólo
nacional se sumaron al movimiento que aún exige al gobierno federal, incluso
tras la reciente renuncia inminente del desafortunado procurador de justicia,
Murillo Karam; uno de ellos, la comunidad politécnica. Es importante mencionar
que la última huelga general de la UNAM, iniciada el 20 de abril de 1999, fue
disuelta por elementos de la entonces Policía Federal Preventiva, así como del ejército,
bajo la instrucción del entonces presidente Ernesto Zedillo, que concluiría con
una jornada violenta, donde se violaron no solamente los mismos e irreductibles
principios de autonomía de la Universidad Nacional, sino los derechos de más
800 estudiantes detenidos, y de toda una comunidad universitaria entera.
Entonces, ¿qué contuvo al presidente y al secretario de gobernación de
usar la fuerza pública federal para reventar el paro del IPN? Desafortunadamente,
Ayotzinapa. Los 43 estudiantes, colegas, hijos, hermanos, en algunos casos
padres, universitarios, jóvenes… mexicanos, pues, desaparecidos, y la presión
de muchísimos sectores al gobierno federal para esclarecer los hechos, incluso
del sector productivo y diplomático internacional, abrieron un triste pero
oportuno espacio para la gestación de un insólito, incómodo e imperturbable
movimiento estudiantil del Instituto Politécnico Nacional; y lo sostengo
enfáticamente, si los reflectores no hubiesen volteado a Zacatenco, dadas las
hostiles circunstancias tras la desaparición de 43 estudiantes en Guerrero,
como en 1999 en CU, en una noche los federales habrían limpiado la zona.
Me parece fundamental en todo el hecho vislumbrar el movimiento
estudiantil politécnico como un movimiento social que no respondió a las
necesidades de ninguna corriente, particularmente a las de la izquierda
institucional como en 2012 ocurrió con los alumnos de la Ibero. La izquierda en
América Latina es muchas cosas, y la suma de ellas, como los sesgos entre las
mismas. Pienso que mientras la izquierda institucional, la de cualquier país,
no consiga su filiación que le permita emancipar y generalizar su discurso,
como clase política de oposición, con todas las demás izquierdas, la de abajo,
la de los lados y todas ellas, cuales quiera que existan, no logrará equidad
legítima de fuerza política contra los instrumentos de coacción diestros, que
bien definidos tienen su carácter y magnitud de acción, y la suma de poderes de
facto que adversa. Así, los hechos
ocurridos en el IPN encontraron su propia legitimación, y por supuesto la de
los órganos de gubernamentales y las secretarías de estado de gobierno, educación y hacienda; tras 41 días de paro, daría inicio, el 4 de noviembre
de 2014, la primera mesa de diálogo entre representantes del gobierno federal y
de la Asamblea General Politécnica, transmitida por Canal 11 en cadena nacional.
Nunca, en la historia del país, jamás, empleados de las secretarías de estado
habían asistido a las instalaciones de una institución educativa en huelga, en
diversas ocasiones, ratificado el nombramiento de un nuevo director, el caso
del señor Fernández Fassnacht, firmado públicamente una serie de acuerdos que
concluyeron con la recalendarización de un periodo escolar y el compromiso de
llevar a cabo un Congreso Nacional, donde se formularían modificaciones al
reglamento interno, a la ley orgánica y a otro tipo de normatividades vigentes
del Instituto. Solamente hacían por lo que les pagamos todos, su trabajo.
Este movimiento, se reconozca o
no, incluso se quiera íntimamente o no, cambió el sentido de la educación
pública del país para siempre; nos recordaron, a quienes formamos parte del Politécnico,
que no solamente nuestra razón de ser en él sino nuestra propia vocación de
servicio se las debemos a nuestros estudiantes. Nos recordaron también que la
organización pacífica, pero primeramente justa, de las causas que emanan de los
propios conflictos del mismo, va más allá del despido del 90% de sus directivos,
de la apertura de espacios para la información y divulgación de las cosas que
la comunidad estudiantil, como la de profesores y personal de apoyo, tenga que
decir, va más allá de la efigie de lucha per se de la democratización sobre los
papeles y documentos que la respalden, va más allá; y, entonces, toma una
remembranza mucho más profunda. Definitivamente el Politécnico no es el mismo,
y lo digo con entera firmeza, se siente, incluso en estos días de cambios estructurales
y acomodamientos prácticos tanto como administrativos, mucho mejor. Gracias,
muchachos politécnicos.