viernes, 13 de septiembre de 2013

#Zócalo #SNTE Septiembre 13, 2013.

Redacción Librero.

México, D.F., 13:53 hrs.

Avanzan militares y PFP hacia el Zócalo para desalojar plantón de la CNTE.

Segob habría dado un ultimatum, la represión parece inminente.


















jueves, 12 de septiembre de 2013

De Malintzin y otras madres: Una nota sin patria.

Vía Sergio Fernández, (@Serxiuxo en Twitter).

Sobre el génesis de la mexicanidad, las gestaciones y los distintos abortos que ha tenido nuestra madre cultural, sus sesgos, el origen, sus rupturas, la incepción, y otras cosas entre líneas no menos frívolas pero sí complejas, incómodas, Paz y su Laberinto abrieron un debate retórico y de remembranza; sin más, ensayó con un discurso sin elegancias, simple, sin ningún recuento histórico o algún eje o corriente de crítica y análisis preciso pero con una cualidad innegable de dibujar entre páginas la cuestión de localizar, a medida de lo posible, a nuestra madre. Sí, somos hijos de la Malinche, de Malintzin Tenepal, huérfana y cedida a los mayas como tributo mexica después de las guerras imperiales en el sureste mesoamericano; años después, luego de la conquista, se reencontraría con su progenitora y hermano, ya cristianos y de nombres hispanos. Como esclava maya, fue cedida nuevamente a los españoles junto con otras 19 mujeres, después de la batalla de Centla. Se convertiría en traductora, asesora y amante de Cortés, advirtiendo y enseñando a su paso hacía la gran Tenochtitlan sobre de las hostilidades y dificultades de Mesoamérica, las costumbres y tradiciones nativas, la organización política y el poderío militar azteca. Evidente es el primer desenlace y ruptura de una relación materna de nuestra posible madre con la suya; nuestra entonces posible abuela regaló y desterró de su patria a Malintzin y, luego, convergería en las novedades de la conquista; así es, la transculturación indígena a través del cristianismo que llevasen los frailes franciscanos de la mano, no solo de la doctrina al interior del seno materno sino, también, a través del idioma ibérico.

Hablemos, pues, de la patria; del concepto de ella, no de su figura. Un término latino de entendimiento de la época del emperador romano Augusto que refiere al sentido físico y político, pero también ideológico, y, sobre todo, de una persona con su tierra, natal o no. Tierra paterna, pues, al castellano. Por ello, consideraríamos sutil saber que Malintzin no vendió patria alguna, al menos no la mexicana, dado que México sería forjado y formado muchos siglos después, gratitud de los virreyes y, finalmente, luego de la crisis del capitalismo mercantil mundial y la necesidad y efervescencia de la revolución ilustrada de occidente, la formación de un Estado, sí, México. Entonces, nuestro país como lo conocemos, la República Mexicana, no habría nacido aún de nuestra madre, no cuando Cortés aprovecharía la disolución y fragilidad política del imperio azteca, su desorden, su decadencia y, claro, la antagónica e inamistosa relación de dos pueblos en combate, el de su amada, nuestra madre, mi madre, y el gran imperio militarista del centro del valle de Tenochtitlan. 

Que inútil y desentendido, solitario y absurdo es entonces el termino malinchista, de carácter peyorativo y resentido de los que no tienen madre, caray. Sí, sabiendo que nuestra madre, la cultural, insisto, a través de la historia y producto de ella ha sido olvidada. Hay dos ejes sociales fundamentales ya mencionados de transculturación indígena, la religión y el idioma hispano. Les deben, los mexicanos católicos, a los españoles la imagen, por ejemplo, de una virgen, de los santos, de los bautizos y quince años, del Español. Sabiendo, pues, que el recurrente y estéril término de malinchismo fracasa y muere al mismo instante durante el análisis que merodea al concepto de identidad social, ya se imaginan, esa relación ambigua que formamos los seres humanos a través de un proceso complicadísimo de formación del “yo” y el “otro generalizado”, es decir, nuestro contexto y entorno, nuestra patria por ejemplo. Esa cualidad inerte e involuntaria de interiorizar los elementos culturales que nos rodean y distinguirnos de los otros semejantes, retroalimentándonos de ellos y entretejer una identidad personal y social, que en conjunto forma la estructura social, esa, la suma de las relaciones sociales materiales en cierta fase. Determinada por estas relaciones, descansa un edificio social complejo, abstracto, inmaterial; la forma en la que percibimos, interiorizamos y conceptualizamos las figuras políticas y jurídicas. Quizás la manera en la que nos observamos a nosotros mismos. 

Asimismo, que poca madre del malinchismo en contexto, y jodida cosa que es. Deberíamos dejar absuelta a nuestra madre Malintzin de traición a la patria y olvidar las absurdas ideas retóricas y líricas sobre el mismo asunto, de una buena vez. México no existía y, es más, le debemos a los españoles, al régimen absoluto español, nuestra modernización, la transformación del modo de producción esclavista de las civilizaciones mesoamericanas en el modo de producción feudal, que siglos después, cuatro para precisar, provocaría una escuálida y retrograda, así como antimodernista, revolución mexicana zapatista, maderista, carrancista, qué se yo. Voy a detenerme en defensa de mi madre un instante; la misma restauración del estado mexicano, es decir, la reestructuración de la república federal, la modernización, vaya, ha dejado atrás, oficialmente, el rescate de nuestras tradiciones de aquel génesis mesoamericano. 

Resulta que durante el gobierno de Juárez quedaron algunas pequeñas pero no breves manchas detrás de la imagen del benemérito. Recapitulando en Luis González su crítica hacia la república restaurada, mencionemos, pues, que dicho personaje, presentación de los billetes de veinte pesos cuya patria radica en Oaxaca, alcanzó a vislumbrar durante su mandato algo peculiar, algo que por sus propias raíces comprendía mejor que muchos de su gabinete del partido liberal. Él, proveniente de una comunidad rural en el sureste, reconoció la trágica y antagónica relación de las tradiciones y costumbres indígenas y la formación de un nuevo estado. Así es, comprendió la incoherencia del discurso patriótico moderno y la conservación del indigenismo. En palabras sabias de Luis González, Juárez “mataría dos pájaros de un tiro”, catalizó la transculturación indígena por no encajar en sus planes de proyecto nacional y agilizó, así, la formación del nuevo régimen mediante dos ejes fundamentales de la modernidad, nuevamente les cuento, el cristianismo y el idioma. Los indios no encajaban en la nueva república. 

Pues, nos quedamos sin madre, sin indios y sin españoles. ¿Quién es entonces el mexicano, qué es? ¿Qué somos? Algo innegable es que no tiene madre, qué mala cosa. La Independencia echó a los “gachupines”, la Reforma a los indios y la Revolución concluyó por dejarnos sin madre, qué poca madre. Eso sí, le debemos al movimiento revolucionario un padre sustituto a causa de la pérdida materna; no iba a dejarnos huérfanos el estado paternalista, el nacionalismo y su proyecto pero sí en pañales, al menos tendríamos quien los lavara, le debemos también los caudillos, el atraso en el entendimiento de las relaciones sociales de producción de la época, que a través del zapatismo defendía la pequeña propiedad privada del campesino, es decir, lo ataba a una especie de producción feudal completamente antirevolucionaria por la conservación de la tierra. No fue una verdadera revolución entonces, no una que disolviera el estado absoluto porfirista; sin embargo, nos industrializamos, festejamos la noche del 15, tenemos charros, desfiles, actos proselitistas, festejos bicentenarios y yo me quedo en el mismo sitio, sin álbum familiar al alcance, recordando históricamente los hechos sociales que me dejaron sin madre, sin una madre cultural propia, la decadencia de la identidad del mexicano que no es de aquí, ni de allá, desconciertos en mente y una pregunta más seria, ¿a quién le festejamos, a qué? ¿A cuál México, a cuál de todos? La ultima y de gran reflexión del que escribe, ¿qué festejamos, debemos festejar alguna cosa? Lástima de los mexicanos que no festejan, que no tienen de qué ni con qué, de esos a los que el estado nación no cubre ni arropa, ni entiende ni mira, esos 50 millones de pobres, de esos otros que entienden la decadencia del mismo, la mentira escondida y la mentira en la puerta, la sínica. En fin, de esos a los que los valores nacionales no remueven, a los que la identidad, la mexicanidad y la patria mexicana les es una farsa, qué pena. 

De esos, los migrantes. 

¿Será así que, el ya definido hecho social de migración, responde a parámetros históricos, complejos pero básicos, de la reestructuración y desarrollo del Estado moderno mexicano y sus consecuencias socioeconómicas y políticas? Quizás, pues el mexicano que emigra a Estados Unidos es allá un extraño, un extranjero con ambientes muy vagamente conocidos, deshabituado y de mexicanidad superflua y flotante que no se mezcla con el nuevo mundo norteamericano, “flota pero no se opone, se balancea, impulsada por el viento, a veces desgarrada como una nube, otras erguida como un cohete que asciende” cito a Paz, de nuevo, en su Laberinto. Así, el huérfano mexicano y desterrado de su propia historia y origen que ha venido encontrando consuelo en algunas madres sustitutas, en la Virgen de Guadalupe, por ejemplo, o en la Madre Norteamericana rígida y estricta como el acero mismo occidental, ortodoxa y estéticamente definida, ha formado algunas bases sólidas de mexicanidad en el seno materno extranjero que no termina por cobijarlo demasiado, no se fusiona y, más bien, parece resistir a las delicias y encantos de la modernidad americana, de su sueño y de una dualidad siniestra, pasiva pero desdeñosa, inquieta e impenetrable en la imagen de los ciudadanos norteamericanos. 

El mexicano consumó al indio, no es español tampoco, y en esa carrera incesable en busca de su filiación, negándose del indigenismo e hispanismo, en plena orfandad, se construye ahora a cantaros como “paisano”, entendiendo previamente que nuestras diferencias con el vecino del norte no son sólo cuestiones económicas, sino más bien de realismo; pues, percibir, concebir y vivir dentro de una realidad distinta.