martes, 10 de diciembre de 2013

Qué genio.

Vía @Serxiuxo

En una actividad académica sobre comprensión lectora, coincidí con este fragmento de "Los genios no nacen, ¡se hacen!", de Camilo Cruz.

En fin, meditan sobre eso; cito el documento completo.

"Sir Ernest Rutherford, presidente de la Sociedad Real Británica y Premio Nobel de Química, contaba una anécdota que es un gran ejemplo del espíritu creativo que engendra el éxito. La historia cuenta que, en cierta ocasión recibió la llamada de un colega que estaba a punto de ponerle cero a un estudiante debido a la respuesta que había dado al resolver un problema de física, a pesar de que admitía que su respuesta era correcta.

La pregunta del examen era: “¿Cómo es posible determinar la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro?”

Para quienes conocen la teoría en cuestión, quiero recordar que el barómetro es un instrumento parecido al termómetro, utilizado para medir la presión atmosférica. La teoría dice simplemente, que la diferencia de presión marcada por un barómetro en dos lugares diferentes nos proporciona la diferencia de altura de ambos lugares. De tal manera que la respuesta obvia era medir la presión en el primer piso del edificio y luego medirla en la azotea, para así determinar la altura del edificio.

Sin embargo, el estudiante había respondido: “Llevo el barómetro a la azotea y le ato una cuerda muy larga. Lo descuelgo hasta la base del edificio, marco y mido. La longitud de la cuerda es igual a la altura del edificio”.

Realmente el estudiante había planteado un serio problema al resolver el ejercicio, porque había respondido a la pregunta completamente. No obstante, esta respuesta no demostraba su dominio de los conceptos teóricos que el maestro quería evaluar. Rutherford sugirió que se le diera al alumno otra oportunidad. Se le concedieron seis minutos para que respondiera la misma pregunta, pero esta vez con la advertencia, de que, en la respuesta debía demostrar sus conocimientos de física.

Rutherford relata: “Habían pasado cinco minutos y el estudiante no había escrito nada. Le pregunté si no sabía la respuesta, pero me contestó que tenía muchas respuestas. Su dificultad era elegir la mejor de todas”.

En el minuto que quedaba escribió la siguiente respuesta: “Tomo el barómetro y lo lanzo al suelo desde la azotea del edificio, calculo el tiempo de caída con un cronometro. Después utilizo el tiempo de caída y la constante de aceleración para calcular la altura del edificio”.

El maestro no tuvo otra opción que darle la nota más alta a pesar de que esta respuesta tampoco ilustraba la teoría en cuestión. Al salir de la sala de clase, Rutherford le preguntó al joven qué otras respuestas tenía. Bueno respondió: “Hay muchas maneras, por ejemplo, tomas el barómetro en un día soleado, mides su altura y la longitud de la sombra del edificio y aplicamos una simple proporción obtendremos también la altura del edificio.

También puedes tomar el barómetro y marcar en la pared su altura una y otra vez hasta que llegues a la azotea. Al final multiplicas la altura del barómetro por el número de marcas que hiciste y ya tienes la altura del edificio. Por supuesto, si lo que quiere es un procedimiento más sofisticado, puedes atar el barómetro a una cuerda y moverlo como si fuera un péndulo. Si calculamos que cuando el barómetro está a la altura de la azotea la gravedad es cero y si tenemos en cuenta que la medida de la aceleración de la gravedad al descender el barómetro en trayectoria circular al pasar por la perpendicular del edificio, de la diferencia de estos valores, y aplicando una sencilla fórmula trigonométrica, podríamos calcular sin duda, la altura del edificio”.

En fin, concluyó: “Existen muchas formas de hacerlo; probablemente, la mejor sea tomar el barómetro y golpear con éste la puerta del portero del edificio y cuando abra decirle: -Señor portero, aquí tengo un bonito barómetro, si usted me dice la altura del edificio se lo regalo”.

En este momento de la conversación, cuenta Rutherford, le pregunté si no conocía la respuesta convencional al problema, que consistía en medir la presión atmosférica en el punto más bajo del edificio, luego en el más alto, y calcular su altura de esta manera. Evidentemente el estudiante afirmó que la conocía, pero que sus profesores habían querido enseñarle a pensar creativamente y eso era lo que él quería hacer.

El estudiante se llamaba Niels Bohr, quien obtuvo el Premio Nobel de Física en 1922” (Cruz, 2003: 47-49)."

martes, 3 de diciembre de 2013

AMLO y lo que vendrá.

@Serxiuxo

A nuestros lectores, a todos ellos.

Antes que otras cosas, y luego de algunas de ellas, este, su Librero de confianza, se declara libremente apartidista; pues, su redacción no comulga con ningún partido político.

Lo que cada miembro de esta editorial vacilante piense sobre algún tópico político se modula e imparcializa, ya que Librero somos todos los que participamos en él, y todos, afortunadamente, pensamos diferente.

Sin embargo, vamos a externar un opinión sobre un tema que ha estado en los titulares de todos los medios de prensa del país esta tarde, la salud de López Obrador.

Osvaldo Fernández Orozco, dirigente del PRI de Michoacán, ha dicho que AMLO debe morir por el bien del país; sin duda, un comentario muy desafortuando.

Y es que, caray, no es lo mismo pendejear a nuestros políticos por, digamos, pendejos, a desear que un líder político muera, porque aunque cada uno de nosotros comulgue, o no, con las ideas de AMLO, él es un líder para las izquierdas formales y un ápice para la filiación del resto de ellas, como lo es Lozano para la derecha, Monreal para la izquierda institucional, o el mismo Peña Nieto para el PRI y el resto del país, aunque no haya aprendido bien Geografia de México

Por ello, y para abrir el debate a los que gusten, citaremos un tweet del sensato columnista de La Jornada, Julio Hernández, El Astillero.

"Negarse a analizar escenarios y alternativas equivaldría a aceptar una visión caudillista a pesar de riesgos evidentes".

Tan ridícula es la aferrada postura de inmortalizar al líder más popular de las izquierdas, de todas ellas, como la de desearle un mal estado de salud. Por el bien de esas izquierdas, su hijo, Andrés Manuel López Beltran, deberá tomar las riendas de los próximas actividades de Morena, porque así es el juego, este, de la política partidista de fracciones electorales en el país.

A AMLO, entonces, lo necesitan sano sus seguidores, aunque deberán entender que, si su ausencia se posterga, Morena no es él, y viceversa, sino un proyecto que no está en manos de un líder. También sus detractores, pues las oposiciónes políticas, de caulquier lado del escenario, se alimentan de esa compleja simbiósis antagónica, distante pero visible, de la vúlgar y viceral lucha por el control del poder político, y sus instrumentos, esos.