jueves, 28 de noviembre de 2013

Un diario de tocador

Vía @Serxiuxo

La luz se cuela por las uniones de la cortina, se exhiben las primeras sombras del año, los primeros rayos de sol del Enero brotante anuncian tu piel como paño de durazno mozo inexplorado; tus vírgenes labios, de reprimida dulzura como el azúcar de las cañas del sur, permanecen erguidos, vigilantes. Terminas el letargo muy temprano, tu sosiego se interrumpe por la luz de tus ojos que miran el techo inmóvil. Te incorporas de la cama con una breve y efímera corriente de aire que termina en tu rostro, el lino blanco deja tus brazos desnudos, la caída del camisón se interrumpe por la amenaza constante de tus piernas que anuncian el erotismo de tus muslos.

Descalza, hacia la ventana, –en un acto sin precedentes y memorizado- te diriges hacia el balcón con helechos marchitos y olor a humedad, recoges un extremo lateral de la cortina de terciopelo rojo y miras, observas los ahuehuetes quietos, esperando el tiempo, guareciendo los campos de espadas enemigas. Los dedos de tu mano libre tallan tus ojos, el viento fresco con olor a leña muere en tu piel. El edredón de tela fina, bordado a mano, se arrastra por el suelo, las almohadillas están esparcidas por todos lados de la cama cubierta por el dosel de tubos de bronce, donde la colgadura bordada yace recogida todo el tiempo por tus temores nocturnos, por los peligros de la noche. Te diriges al tocador de caoba de relieves simétricos, te miras al espejo, tu cabello cae sobre hombros, lo recoges, observas, la mirada se dirige a tus pechos a través del reflejo, son firmes, pequeños, la prenda ajustada a tu cintura persigue las siluetas de tu piel, terminando en una holgura casi perfecta debajo de tu vientre.

Un retrato tuyo en óleo resguarda tu espalda, justo detrás del gran espejo en marco en baño de oro. Te diriges a tu sitio preferido, un pequeño escritorio en forma de restirador donde escribes, ocasionalmente en pluma de cisne, los acontecimientos importantes, las memorias contenidas en cinco o seis palabras, en forma de pequeñas notas. El reloj de engranes y piñones británicos anuncia las ocho de la mañana, un regalo de tu padre, un arquitecto burgués heredero del cardenal Giulio Mazarino, éste, que años atrás se levantó contra su mismo hereditario en las luchas de la Fronda, y con ayuda del Parlamento Francés, hicieron estallar una rebelión contra la Corona pero, gracias al nuevo orden del régimen absolutista de Luis XIV, el Rey Sol, tu padre se ha convertido en un hombre muy destacado de la aristocracia. Has pasado 20 minutos observándote en el espejo, arreglando tu cabello, disfrutando del aroma que resbala por tu cuello, la rara fragancia francesa.

Un mensajero llega a las puertas del palacio, el carruaje de madera podrida es tirado por un asno esquelético y guiado por un anciano con una luz amarilla en los ojos. Los guardias miran atentamente, absolutamente inmóviles, reconocen al hombre que ha viajado días y noches desde la costa de Normandía, ha dejado de recordar el sabor de las fresas, la sequedad suave del vino, la calidez de los corrientes edredones que la nobleza rechaza y se venden de segunda mano en los mercados de las ciudadelas, a cambio de alimento, a veces por un poco de minerales obtenidos durante la cosecha, al arar la tierra.
-Traigo un recado para el señor.
Se abren las grandes puertas de robledal y marco metálico después de unos instantes, las gotas de sudor de los guardias caen al piso de mármol fino y brillante, luego se evaporan.
-Adelante, un guía lo llevara con él.
-Muchas gracias, vengo de muy lejos para darle información importante al señor del palacio, dios así lo ha querido, a través de la inmensidad, entre muros y tormenta, hambre y desesperación, es la voluntad del Rey Sol. 
Las rebeliones en contra de la Corona, levantadas por el jansenismo y las reformas de la iglesia, han puesto todos los ojos en la mira de Versalles, el Rey Sol ha luchado contra esa doctrina disidente para justificar su derecho divino y resguardar su corona celosamente, castigando, sometiendo, torturando, ultrajando la libertad de los hombres y la tierra, ahora todo el poder del Estado es conferido a él, dios le ha otorgado la gracia de ser rey. Los espías aparecen por todos lados, se esconden entre las sombras de las parroquias, no es tan fácil en estos tiempos, temiendo plantas y metales enemigos, que un hombre, en un carruaje despedazado por las lluvias, cruce mas de la mitad del territorio francés para entregar un mensaje, siempre debe tenerse mucha precaución.

Durante el último tercio de la construcción del Palacio de Versalles, a tu padre se le otorgó parte de la supervisión del diseño interior, los mármoles son su especialidad, escogió algunas esculturas y eligió la posición exacta de algunos óleos. El rey le otorgó de propias palabras el permiso y las concesiones necesarias, así como la ayuda económica y los hombres suficientes para la construcción de un palacio, tu palacio, al Este de Versalles y Normandía, más allá de los campos en fuego, de las ruinas y espadas, de las flechas, de los robledales y ahuehuetes caídos, de los girasoles marchitos, a salvo de las grandes cruzadas en contra de la iglesia y sangre en los pastizales. Tu padre servirá al Rey Sol, se ha convertido en una fuerza intelectual importante para él, la gracia de dios y de los reyes, de la burguesía y la aristocracia, lo ha alcanzado, su libertad ha caído entre los abismos, tú eres su más preciado tesoro. Desde entonces, el rey ha solicitado la ayuda de tu padre en diversas ocasiones, como ahora en el proyecto de la fundación de la Academia de las Bellas Artes, en el cual tu padre encuentra despierto el alba desde hace un mes, las presiones lo tienen agotado.

El hombre que ha llegado a visitar a tu padre se desploma por la sed, el hambre y las enfermedades intermitentes que hospedó durante el viaje. Se desvanece en uno de los jardines de la entrada donde solías disfrutar tu niñez, corriendo y pisando flores, acariciando el césped con tus pies descalzos. Las columnas inmensas e inmóviles parecen abrirse paso a lo largo para llegar al recinto principal, donde tu padre revisa las esquelas de los planos con los detalles finales del encargo del rey. El hombre llega con ayuda del guía y dos guardias más hasta el salón que tú heredarás algún día, luego se desploma en el diván enorme.
-¿Vino? –pregunta tu padre que lo mira fijamente, sin un gesto, como si mirase un muerto, no hay mas allá de aquellas pupilas avellanadas que han visto tanta sangre derramada, que dejaron de ver los altos ciruelos crecer, las primeras cosechas de moras al Oeste húmedo de Francia, las tardes largas anaranjadas, amarillas, azules; su vida casi consumida está marcada por el resto de su sangre, y sus días, para servir al rey, en el nombre de dios.
-No, agua -dice el escuálido mensajero musitando con los labios resecos, ensangrentados. Luego de un instante, casi desfallecido, añade:
-Me muero de sed.
Despide un mal aliento al hablar, se le ha formado una llaga debajo de la lengua que supura la infección que ha contraído durante el viaje, como supura la sangre de los hombres infectados por el régimen, que encuentran alivio al pie de la espada, convalecientes entre sangre enemiga, aliada, al fin, de hombre, de los hombres, de rojos atardeceres. 
-Más, por favor, más…

-Bienvenido, esta es su casa, su tierra.
-Gracias mi señor, no sabe el trabajo que me ha costado llegar hasta aquí.
-Lo sé, he recorrido buena parte del territorio, aunque no por los mismos medios, pero reconozco las dificultades de la orografía que Francia ofrece a sus viajeros, las rebeliones y la cantidad de espías escondidos en los caminos. Pero, dígame, ¿a qué ha venido?
-Hay peligro señor, desde las costas, por todos lados, hay peligro.
La posición política, y moral, de tu padre es supeditada de los caprichos y el altruismo del rey, y obedece a las relaciones sociales, económicas y políticas de Francia. La construcción de tu palacio significó un estandarte, una bandera sin manchas de palmas y uñas ensangrentadas, bajo la sombra de la cima de la corona. El viejo régimen se ha estado disolviendo, como se diluye la gran cortina azul entre lágrimas de agua y relámpagos de furia.

Al fondo del salón se encuentra el comedor principal, las escaleras laterales conducen a las habitaciones, a un lado está la cocina en caoba y mármol, es obscenamente grande con infinidad de puertas y anaqueles de todos los tamaños, donde se almacenan incalculables recipientes y vasijas de todas las medidas posibles. El hombre, por supuesto, no cruza la enorme sala de celo del palacio, camina por donde vino para llegar a la entrada principal; antes de salir se detiene, observa titubeante, asombrado, jamás había visto tanta suntuosidad, el enorme piano negro a su costado, la cantidad impresionante de velas embonadas en candelabros de bronce y cristal.
-Pensaría que es oro señor, pero mis ojos no me engañan, los enormes candelabros son de bronce.
-Efectivamente, lo son; los recursos son limitados en estos tiempos, en las fronteras se preparan ejércitos de trescientos mil hombres para salir a los países bajos, pero pronto bañaré esta habitación de oro.
Las cortinas enormes de terciopelo rojo, del mismo inicio, talento de hechura y precisa confección que las colocadas en los ventanales que resguardan vigilantes los secretos de tu habitación, y como las de todas las demás, están recorridas para dejar entrar algunos rastros de luz durante el día. Las sombras cuadradas se deslizan en la alfombra que tu padre ha mandado traer desde las indias. Los cuadros en óleo y sus marcos en latón acentúan las paredes en tapiz blanco; sin embargo, hay uno que inevitablemente anuncia su propio orgullo, guarecido en un marco de oro que inicia casi en el suelo y por un poco termina en el techo –puede verse nacer al contrario, también-, el hombre queda sin tono, sus cuerdas vocales se apretujan y no dejan salir el aire ni las voces, es un retrato de tu padre y tú, que él ha encargado con motivo de tu cumpleaños, que será en veinticuatro días, y pasarás en uno de los suntuosos salones reales en Versalles, cenarás salmón nórdico y camarones rellenos de queso germano, darás pequeños sorbos de tinto de la reserva casi kilométrica de finos vinos secos del rey, acompañando con raras legumbres frescas como agua de manantial. El hombre aun tiene la mirada como aguja, parece recordar algo, se aprieta los dientes unos a otros de abajo a arriba, las sienes parecen rellenarse de aire y explotar, aparta la mirada cuando las imágenes rojas y espectros viajan azotándose entre sí por su cabeza.

El mensajero es conducido por órdenes de tu padre a una de las múltiples habitaciones para huéspedes, luego, se dará un baño con jabones corrientes, secará, rápida y nerviosamente su piel reseca y enferma con toallas mal bordadas pero brillantes e ingeniosamente blancas, y se dirigirá a su cuarto de descanso, asignado previamente, para dormir un poco, en la tarde cansada y anaranjada, antes de ser gris, será llamado para cenar, en una hora estricta por las costumbres aristócratas. 

Has estado escribiendo toda la tarde, el reloj marca las seis y dos, y tu almanaque anuncia que es el primer día del año naciente, primero de enero, estos escritos a tu diario serán largos… La cena está lista, pues, luego de un desayuno ligero de cereales, legumbres, té, fermentados de zarzamora y duraznos, pasas y leche. La suntuosa mesa es adornada y cubierta por el lienzo largo, tiene forma de ovalo, es larguísima y puede acomodar hasta veintidós sillas; en una cresta se sienta tu padre, a su derecha contigua estas tú, en vestido largo, piedras en hilos enroscadas en tu muñeca izquierda, pendientes de oro blanco y una estrella de plata de los Balcanes en tu cuello, debajo de un collar de cristales de carbón enviado desde Versalles.

Sobre el lienzo descansan paños de seda con bordes naranjas, dos cálices de cristal individuales y los cubiertos de plata inmóviles, tan brillantes como los britanos mares grises, en par con los primeros redondeles presentados también de plata, donde se sirven fresas enormes de un rojo carmesí intenso, bañadas en fondeu de caramelo de resina, el olor a almendras del lomo de cerdo, igual al puesto en mesa una Luna antes para festejar el Año Nuevo, te anuncia el hambre; se colocan dos botellas de tinto; en canasto de mimbre, pan de ajo, cebolla y cereales con semilla de mostaza, salsa cantonesa en un recipiente tallado en ángulos desiguales de cristal esmerilado, reposan en charola uvas grandes casi redondas, manzanas rojas y verdes, y zarzamoras listas para iniciar el banquete. Hay una olla al centro con sopa de siete cebollas distintas, sazonadas al jengibre. También se presentan las trufas que fueron desenterradas de la tierra por los cerdos, cortadas, precisamente, por hábiles manos con filosos cortantes de lamina de acero, como se les arrancan a los hombres sus raíces con espadas; luego, aparecen las langostas en salsa de pimienta y ajo, rellenas de queso germano que al rey le envía semanalmente en canasto un espía dentro de tierras húmedas teutonas. Es el mismo lácteo que comerás en los camarones dentro de veinticuatro días, si tu padre decide enviarte con las sobrinas y primas del rey, como cada año, para festejar tu cumpleaños. Los ventanales proponen la caída del día, comienza a oscurecer.

Al terminar la cena te despides del hombre, tus ojos se humedecen de nostalgia y compasión que ni él mismo necesita y, más bien, aborrece; su calidad de vida y conciencia actual le son involuntarias, y dependen de las relaciones productivas entre el rey, la nobleza en general, la milicia, los aristócratas y los siervos, si las frases de dios se convirtieran en ciruelos, pudieran escribirse o se movieran a través de los caudales hacia los lagos, si tuvieran una explicación materialista y no fueran abstracciones ideológicas, dios diría. Te acercas a tu padre, intentas besarlo en la mejilla cuando él ya ha impreso un beso suyo en tu frente, toma tu mano cálida y replica las buenas noches, debes dormir temprano, pues tu padre espera visitas los próximos días, a todas horas, con motivo del nuevo año y los problemas de las rebeliones.

… ves una luz que sale de una de las habitaciones, entras, luego, escribes esa misma tarde lo sucedido. Jamás habías estado en esa parte del palacio, lo que pasó te causó duda, incertidumbre, miedos.

Regresas a tu habitación, triste por acontecer las condiciones de aquel hombre que se ha quedado a solas hablando con tu padre, se desvanece la misericordia con una sonrisa, la noche anterior bailaste, festejaste el año nuevo con tus primos, primas, amistades familiares y enviados del rey, en uno de los salones donde ocasionalmente se liberan las partituras de los concertistas privados de tu palacio, tradición del cardenal Richelieu, padre del actual Rey Sol y que ha sido difundida por toda la aristocracia francesa. El Marqués Louvois llego desde Versalles para conversar con tu padre acerca de la formación del nuevo ejército en las fronteras, bebieron mucho vino para entonces. La fiesta terminó casi cuando el sol estaba a punto de mirarte –como te miran los girasoles en el campo, encima de los pastizales-, dormiste poco, te levantaste con la misma sutileza y elegancia de siempre, arrojando vanidad sobre la alfombra; los invitados ya se habían marchado muy temprano.

No esperas la media noche, la luz nocturna de la Luna en madrugada. A las once cincuenta y uno, duermes.

La comida estaba contaminada, tu padre sospecha de todos, han venido curanderos y médicos de toda Francia, él mismo ha puesto una veladora de cera azul en una de las parroquias cercanas, el altar en baño de oro que alberga tu palacio, en el último recinto del último nivel, tiene veladoras de todos los visitantes.

Es veinticinco de enero, han pasado veinticuatro días.

Es tu cumpleaños.

El camisón ajustado aun conserva el olor a fragancia adherido a tu cuello, tu cabello esta limpio, tu piel conserva la suavidad de tu última cena, tus ojos despiertos observan, con la misma luz, tus hombros, antes de incorporarte del inmenso lecho entre doseles, finas telas y edredones; el ventanal está en su sitio, recuerdas el olor a leña, las fresas, la música de las cuerdas, las preocupaciones de tu padre, el óleo enorme de ambos en la sala principal de tu palacio, las columnas entre jardines donde antes corrías, el portón, los guardias, el cerdo almendrado, las langostas, la trufa, el vino, el queso, los panes, los ayudantes de casa y cocina, los jardineros. Te diriges a tu almanaque que alberga las esquinas de tu pasado, las letras, las sombras y lágrimas –y risas, por supuesto-. Te diriges a tu diario, cientos y cientos de hojas, no recuerdas haber escrito tanto, te inhibe; aún está la pluma de cisne con el recipiente de tinta china, las páginas están amarillentas y tienen el tacto de las que nunca han vuelto a abrirse una vez escritas, están lisas, como si las hubieras guardado en bloques de piedra. Has escrito tanto que no puedes revisar todo, llegas a la última página en que dejaste manuscritos, no recuerdas nada de lo allí anotado. La lees, siempre fuiste descuidada con las fechas, esta vez está marcada.

Primero de Enero.

Hoy es año nuevo, faltan veinticuatro días para mi cumpleaños, estoy ansiosa por recibir regalos, quiero despertarme con un beso de mi padre en la frente como todos los días, luego, como cada año, visitar a la familia real, bailar y festejar como se debe, ya me saboreo los camarones rellenos de queso.

Aunque hay algo que no entiendo con lucidez; luego de la cena, cuando mi padre conversaba con aquel hombre hoy por la tarde, al subir a descansar, de una de las habitaciones contiguas a la de mi padre provino un ruido como de viento, apareció efímera una ráfaga de luz, mi padre me ha prohibido entrar en esa habitación, jamás lo había hecho hasta hoy. No se distinguían las siluetas de las paredes que oscurecían al dar cada paso, encontré en el piso una caja de madera corriente con heno, la superficie estaba cálida, como si alguien la hubiese dejado allí recientemente, pensé en que mi padre nunca me había guardado secretos. 

Miré hacia el fondo, no se distinguía el color de la tela que ocultaba el ventanal, sentí temor, abrí la caja, no había un solo candelabro en la habitación, así que dejé la puerta semiabierta como en menguante de la luz exterior, cuidando que ninguno de los sirvientes de mi padre fuera a descubrirme. Las hojas tenían imágenes que no eran óleo ni otro tipo de pintura, las personas parecían encerradas dentro de esos papeles recortados con tanta precisión como nunca había visto, no reconocí a nadie, a ningún rostro por la escasez de luz, era un rectángulo perfecto y puntiagudo aquel papel que tuve en mis manos. Había escritos en las mismas hojas blancas de papel casi cortante, angulado y perfectamente elaborado, no eran manuscritos, todas las letras eran uniformes y del mismo tamaño, como mi padre me dijo que algún día serían cuando se inventaran las imprentas, precisando, como si él ya lo supiera, yo no tenía alguna idea de que era una imprenta. Leí y decía –se adhirió a las paredes de mi memoria: “Primero de Enero”, no leí el año porque a esas hojas con letras uniformes les faltaban pedazos, como si les faltara un momento de historia. “Año Nuevo incierto, en México se levanta en armas el movimiento revolucionario del EZLN”, me pregunté qué era México, no pude pronunciarlo antes de siete u ocho intentos. Luego, otra ráfaga de luz a mis espaldas, y decidí salir de allí. Ansío esperar a mi padre mañana, sentada en el diván para conversar al respecto. ¿Qué fueron esos disparos luminosos y soplidos de viento? Parece que me anunciaban la bienvenida y el momento en que debí salir de allí. ¿Qué es EZLN?, ¿será el nombre de un nuevo territorio conquistado por el rey? México, ¿quién será? Mi padre nunca me ha hablado de él. ¿Y esas hojas perfectas? ¿Y esos escritos que no fueron hechos de puño y letra de hombres ni mujeres? Estoy muy cansada, hasta mañana, mi querido diario, tal vez volvemos a descubrirnos.

Al terminar de leer quedas impactada, no recuerdas siquiera haberlo escrito, pero sí, por supuesto, es tu letra titubeante, son tus frases, la incertidumbre azotándote la cabeza. No volverás a saber nada de aquel hombre sin nombre que llegó desde lejos a entregar un mensaje y lo abordó la incertidumbre al mirar aquel óleo con el retrato de tu padre y tú, no recuerdas haber visto la luz ni las sombras en estos días. No supiste más de las guerras en los países bajos, no presenciaste de largo negro los funerales del rey, ni la caída del imperio, tampoco las glorias de la república, ni las constituciones liberales, ni las batallas sangrientas con los ingleses y las guerras napoleónicas. Sientes como si hubieras sido libre del tiempo, y la historia, cuatro siglos, seis o siete tal vez; tu aliento es puro, tus labios están húmedos, te golpeas con el índice derecho la palma de tu otra mano como si tocases la puerta a tu pasado, te diriges al espejo, cada rasgo tuyo está en su lugar, haces una mueca infantil sabiendo que nadie te observa, cada movimiento es el de siempre; todos los elementos de la habitación están intactos.

Al asomarte a la ventana quedas asombrada, ya no están los ahuehuetes, el tiempo los ha guardado, no ves claramente por la entrada de luz constante a través del ventanal y el deslumbro que ocasiona, parpadeas un par de veces, sientes una mano cálida reposar en tu hombro, la habitación está bloqueada, es imposible, te paralizas, una sensación de ansiedad y desesperación diluida por tu sangre golpea tus venas, tu mirada inmóvil, tus molares deshaciéndose entre sí. No quisieras voltear, haces más de tres intentos instantáneos, con tus nervios destrozados por el miedo, giras, es tu padre, te suelta del hombro, aclara que tiene que entregar unos planos urgentemente para la construcción del nuevo recinto de las bellas artes, y agrega la necesidad de documentarse acerca de lo que está pasando en México, cierra la puerta, desaparece entre la luz, como si esta encubriera las intermitencias del tiempo y resguardara todos los secretos de esa habitación y jamás, nunca más, los dejara salir.

jueves, 7 de noviembre de 2013

¿Devoción, fanatismo o indulgencia?

Via: Julio C. Jiménez, @Jorongos

En tiempos recientes, la religión se ha convertido en un modo de vida, ya que en base a las reglas y a los designios supremos se puede obtener lo que la mayoría busca, “La Felicidad”, cuya existencia, en definición técnica, es efímera y relativa. Las religiones buscan transformarnos en mejores personas, libres de maldad y culpa, pero lo que la religión no tiene en cuenta es el libre albedrio y el instinto animal que poseemos por naturaleza desde tiempos prehistóricos; es por ello que la iglesia católica, en particular, rechaza de manera imperativa y muy subjetiva “La Teoría de la Evolución”, de esta manera, suprimiendo ese concepto, todos deberíamos de ser altamente racionales y seriamos capaces de evitar cualquier situación pecaminosa o alguna mala acción.

Pero, ¿qué pasa cuando las religiones buscan su satisfacción particular?

El lucro, lavado de dinero, la pederastia y el tráfico de influencias han sido de los temas más oscuros que ha tenido que enfrentar la iglesia católica recientemente. Los nexos que tienen, desde un padre de una iglesia regional hasta la sede del catolicismo, “El Vaticano”, nos llevan a pensar que el dinero y la ambición es algo que ensombrece la misión con la cual ellos profesan; aun así, la gente que es fiel creyente (fanática de la religión) se ciega y hace caso omiso de la realidad en la que se ha convertido su iglesia. Lo difícil es discernir entre la fe, como tal, y las intransigencias 100% humanas y viscerales que cometen algunos integrantes de la congregación en cuestión. Así, después de todo, el feligrés que es nómada de las religiones, siempre ira en busca de alguna doctrina en la cual se sienta a gusto y cómodo, como si estuviera eligiendo cual es la mejor Feria de Pueblo, en la que lo dejen ser como es, y en donde sus actos sean dirigidos por un ser supremo que, si sus acciones son criticadas por la sociedad, no asumirá ninguna responsabilidad y lo dejara todo en manos del “Creador”. Aquello de la búsqueda de sanación de enfermedades de todo tipo, incluyendo al alcoholismo, han sido un gancho básico para las nuevas religiones, en específico para la iglesia universal que utiliza los medios de comunicación para promocionar su doctrina; la gente humilde y muy influenciable es la que más cae en este tipo de chantajes; en un principio, les hacen ver que la sanación y la vida eterna están al alcance de todos, cosa que es totalmente falsa ya que un tiempo después van obligando al feligrés a dar aportaciones para cumplir ciertos objetivos, en los cuales están incluidos solo “espiritualmente”. Las religiones son un negocio altamente redituable.

Hablando de “fieles”, existen aquellos que deforman la religión (chacas, reggaetoneros, ladrones), llegan a hacerse fieles creyentes de una imagen, a la cual le profesan lealtad y ponen en sus manos todas las situaciones de su vida; la cosa aquí es que su creencia estúpida y convenenciera los lleva a transgredir las leyes de lo que ellos “respetan”, haciendo contradictoria la convicción y adecuando las situaciones a su estilo de vida comodino. La devoción se muestra en muchas ocasiones por la lealtad y el empeño que se pone en hacer alguna actividad, ya sea religiosa o de la vida cotidiana; el hecho de pedir ayuda divina (en estado inconveniente) para un robo, asesinato o venta de estupefacientes, no es algo que en esta sociedad esteé considerado como un acto loable o digno de imitarse (quieren que alguien “ampare sus chingaderas”). Todo lo anterior se ha convertido en una fiebre y un estilo de vida para algunos, lastimosamente esta tribu urbana está integrada en su mayoría por personas de escasos recursos, y de cultura en general limitada, que pierden todo sentido entre el “bien y el mal”. 

La Fe es esa confianza que se genera hacia algo o alguien. Existen miles de religiones y miles de personas que integran las mismas, algunas trabajan en pro de su convicción como tal y estas son las que cumplen con su cometido. Cada quién es libre de creer en lo que más le convenga o le venga en gana, y si su convicción es no creer, también es respetada.

El punto clave, para su colaborador, es “responsabilizarse de sus acciones y no dejar en manos de dios su destino”.

Luis Alberto Calderón Barrera, diputado local de Campeche y sus educados comentarios.

Redacción Librero.

Sin más por el momento, lo dicho por el legislador a través de su cuenta de Facebook.



Agregamos su ficha de contacto de la Cámara, en caso de que gusten hacerle llegar algunas cosas. Luis Alberto Calderón Barrera, Poder Legislativo del Estado de Campeche


martes, 5 de noviembre de 2013

Qué útil

Vía @Serxiuxo


...qué útil atentar al silencio

y a la noche en reserva si faltas,

qué útil un acorde en tu ausencia

muriendo callado de ganas


… qué útil afinar en DO un intento,

una causa de pintarte una canción,

recordar al chiapaneco en alto

si tu piel no descansa en mi colchón.


Tras las memorias desnudas sin prematuros complejos,

sin figuras vistosas ni adornos compuestos.

En las imágenes pendientes y dentro,

sólo el nuestro,

básico

siempre en recoveco

de irremediable confitura,

desgrana y desgarra del manto tu cintura

el embeleso

y andamio insaciable amoroso.


… que útil la intuición

y concilio que una cicatriz

conmemore el pasado sin pensión

y rastro de catarsis


… qué útil la palabra firme

si no brotase solamente mi pequeño universo

de profundo rearme

por la belleza incansable de tu dorso


… qué útil tu piel,

tus pasos,

tu miel,

tus manos

si no te canto,

si no te miro,

si no te guardo

y te mimo.

Si tu bella y fresca figura

tuviera alguna vez en algún cobijo

la tierra

que mis manos hacen lujo,

moriría de ti en el piso en que nos encuentre el infinito.